El aceite de oliva tiene unos orígenes muy interesantes. Los orígenes se pierden en el tiempo, si se obtiene por procesos rústicos. Su uso no se limitaba a la cocina, sino que también se utilizaba como ungüento, para encender lámparas, así como para la preparación de preparados medicinales, etc.
El primer olivo silvestre, conocido popularmente como acebuche y botánicamente como Olea Sylvestris apareció hace unos 500.000 años. Los primeros usos del olivo aparecen desde el Paleolítico Superior (12000 a.c.).
Cuando comienza a crecer, la plantación más antigua se registra en Siria en Canaán hace 5000 años. C., luego pasa por Palestina, Creta y Egipto. Es comercializado por los fenicios que lo introdujeron en el Magreb y en Cerdeña.
Se volvió muy importante en Grecia desde el siglo XIV a.c. en el área de Micenas donde comenzaron a cultivar olivos. Cuando la República pasó al Imperio en Roma, se extendió el comercio de aceite de oliva, aceitunas comestibles y aceites para ungüentos medicinales, cosméticos oleosos fragantes conservados en ungüentos de vidrio pintado. En España, bajo los romanos, Lucio Columella llamó al olivo el Rey de los Árboles.
En la mitología griega, en una disputa sobre Ática, entre Poseidón y Atenea, hizo brotar un olivo con fruto y enseñó a los griegos a hacer aceite; éstos consagraron agradecidos Ática a Atenea, poniendo el nombre de Atenas en su capital.
El olivo era tan importante que se coronaba cuando cesaba con ramas de laurel y se ungía con aceite de oliva. Esta distinción es la que hoy se lleva España, quien al día de hoy, hace todo por ser el primer productor y exportador de este elixir de los dioses.